CAPITULO 14.-
¡Que barbaridad! Llevo aquí
cerca de un mes y no termino de acostumbrarme a tanta lluvia, a ese
ambiente húmedo y oscuro que parece llenar cada rincón de Londres,
a ese ambiente triste que parece desprenderse de la gente con la que
me cruzo por la calle, visten todos igual, con abrigos oscuros,
camisas oscuras, chaquetas oscuras, zapatos negros o como mucho
marrones y sus caras son amorfas. La gente por la calle se ríe poco,
por no decir que nada, hablan bajo, tan bajo que el silencio se
percibe casi tanto como la niebla persistente, incluso algunos hasta
recorren pequeños trayectos andando mientras comen unos sandwichs
para no perder ni un minuto. El ritmo es trepidante, pero no se
corre, nunca se corre, excepto los que van haciendo footing que son
muchos, pero la gente que va a trabajar, no corre, pero va deprisa.
Algunos hablan solos, otros miran recelosos a un sitio y a otro como
temiendo algún ataque terrorista o algo parecido. En el metro la
gente empuja igual que en España, pero no se nota tanto. Empujan de
una manera yo diría que elegante, sin despeinarse, como si todos a
la vez no trataran de entrar en el mismo vagón, pero entraban y de
vez en cuando, como semáforos en medio de un campo de trigo,
aparecía un gentleman de la City que con su sombrero hongo, su
abrigo gris, sus zapatos de suela de goma relucientes, su paraguas en
el antebrazo derecho y su periódico en la mano izquierda mantenía
el tipo entre tanto funcionario.
Todo cambia en el momento que
se entra en un pub típico inglés, el ambiente es absolutamente
diferente. Los ingleses y por supuesto las inglesas son gentes
simpáticas, muchos y muchas han estado en España y aunque saben muy
pocas palabras en nuestro idioma enseguida nos relacionan con sus
vacaciones, con el sol, la playa y, faltaría mas, la sangría y el
tinto de verano. Muchos no conocían el pueblo donde habían estado,
pero, eso si, el tinto de verano y “la paela” permanecían como
un recuerdo de los que nunca olvidarían. Hasta ahora, solo he
conocido tres o cuatro pubs, pero o eran de la misma cadena o eran
prácticamente iguales. Una barra llena de dispositivos para
suministrar Whisky, ginebra, ron o lo que fuera en la cantidad justa,
al igual que para la cerveza. No había posibilidad que el camarero
sirviera mas o menos porque la cantidad venía medida desde el grifo,
siempre era la cantidad justa. Las paredes estaban recubiertas con
madera que les daba un aspecto acogedor, alguna vitrina con libros
antiguos y banderas, banderines, estandartes, fotos y recuerdos de
algún equipo de futbol o de rugby. En la barra se podía comer, para
eso había unos taburetes altos que te lo permitían y las mesas
siempre estaban al fondo del local donde también estaba la
inevitable máquina de dardos donde los parroquianos se jugaban las
copas, los cafés, las bebidas espirituosas y hasta las pestañas.
Era el deporte nacional de los pubs y hasta organizaban ligas entre
ellos para conseguir el título de mejor equipo lanzador de dardos.
Yo no se si era afición o simplemente horas de entrenamiento pero
rara era la hora en que entrabas en cualquiera de esos locales y no
te encontrabas a tres o cuatro disputando una partida. Otra aspecto
de este tipo de bares es su puntualidad en cerrar los mecanismos
suministradores de alcohol por lo que si quieres continuar bebiendo
no hay problema pero tienes que solicitar las copas antes de la hora
de cierre y en ese caso, el camarero te coloca tres o cuatro copas en
la barra para que puedas, si quieres, seguir disfrutando de una buena
charla con los amigos y en ningún caso te tienes que ir, solo que no
hay mas bebidas alcohólicas a partir de una hora determinada. Si por
el contrario quieres una Coca Cola o cualquier otra cosa con mucho
gusto te lo sirven, pero alcohol imposible.
Como casi todos los días,
excepto los que estoy de guardia, a las seis y media, mas o menos,
voy al pub que hay cerca de casa y allí charlo con algunos amigos,
procuro que sean ingleses por aquello de perfeccionar el idioma, tomo
alguna pinta de cerveza y normalmente como muy tarde a las ocho estoy
en casa. Ayudo en la cocina, ceno y mi jornada termina viéndote en
el ordenador gracias a Skype.
-
Que formalitos somos ¿verdad Carmen? En un mes que llevo aquí no hemos fallado ni un solo día. Para mi, ya lo sabes porque lo hemos comentado muchas veces, es el mejor momento del día, pero no soy capaz de superar la pena que me da tener que estar separado de las niñas y de ti. Ya se que, por fin, se han enterado que voy a estar una temporada en Londres y no parece que estén muy afectadas, seguro que es gracias a ti porque las cosas son de una manera o de otra dependiendo como se digan. Supongo que mañana me pagarán el primer sueldo y sin falta te mandaré una buena cantidad para que vuestra calidad de vida siga siendo exactamente igual que cuando yo estaba allí. Claro, claro, estaría bueno, claro que me quedaré con algo pero no hace falta que sea mucho porque aquí, la vida normal, no es especialmente cara. La gente dice que es mucho mas que en Madrid, pero yo creo que no. Bueno, no que no, claro que es mas cara si todos los días sales de copas o vas a algún espectáculo, eso si que son caros sobre todo los musicales, pero si te tomas una cerveza y no comes ni cenas fuera tampoco te gastas tanto y eso que en mi casa está Ignacio, el vasco, que organiza comilonas casi todos los viernes y aunque se paga a escote nos gastamos una pasta, pero, bueno, es un día a la semana y pocos mas gastos tengo. ¿Sabes una cosa? Estoy casi decidido a irme a vivir a la Clínica. Ayer se lo comenté al Director y le pareció muy bien.
-
Lo único es que me avises unos días antes para comentárselo a la Gobernanta y que te prepare una buena habitación. ¿Qué pasa que te aburres en Londres? - me preguntó el Director con normalidad.
-
No puedo decir si si o no porque no salgo y para irme todos los días de aquí a mi casa y volver al día siguiente temprano para eso vivo aquí y aparte de ahorrarme el transporte me ahorro sobre todo el tener que madrugar ¿no le parece?
-
Tiene razón, que quiere que le diga.
-
Total que estoy pensando que lo voy a hacer en contra de la opinión de todos mis compañeros, los Médicos de Guardia que piensan que es un error, sobre todo, para Germán, el italiano que como siempre anda por ahí con unas y con otras dice que necesitas un apartamento para llevarte a tus conquistas y es normal que piense así, yo en su lugar, si tuviera sus años, fuera un tipo atractivo, con pasta porque en esta Clínica pagan bastante bien y encima fuera italiano seguro que haría lo mismo, pero yo soy un señor casado, enamorado de mi mujer, con una familia estupenda etc…..etc ¿Dónde voy a encontrar nada igual? - Me quedé mirando fijamente la pantalla del ordenador pensando que si no fuera por Skype no sabría como vivir en Londres. Carmen, ya se que a ti te da lo mismo, pero ya que estoy aquí cuanto mas ahorre mejor ¿no crees? Lo ideal sería que dentro de nada pudiera buscar un piso para que estemos todos juntos, como cualquier familia, pero de momento no hay mas remedio que esperar. ¿Sabes otra cosa? Que te quiero. Si, si, ya se que tu a mi también, pero yo a ti mas. Seguro que tú no estás todo el día pensando en mi y sin embargo yo si que lo estoy.
-
Bueno, bueno, que cuando estás trabajando ni te acuerdas – contestó Carmen con una sonrisa que iluminaba la pantalla del ordenador.
-
Eso es lo que tu te crees. Muchas veces cuando estoy sentado en la consulta y la enfermera abre la puerta me parece que vas a entrar tú, como cuando trabajábamos juntos ¿te acuerdas? y adiós a mi ilusión porque la que aparece es una enfermera inglesa, con un gorrito, un uniforme muy bien planchado y con cara de estar para cumplir estrictamente con su obligación y no como tú y yo que cuando no había pacientes hablábamos de todo e incluso alguna vez se escapaba algún beso ¿te acuerdas? y no llegábamos a mas porque tú no querías que si por mi fuera mas de una vez te hubiera demostrado todo lo que te quería en plena consulta
-
Tu siempre has sido muy impaciente y tampoco era tan difícil esperar una hora y en casa todo era distinto.
-
Ya, pero cada uno es como es y yo soy así
-
No, si no me parece mal – Carmen sonreía a través de Skype – lo que pasa es que cada cosa tiene su momento y su sitio.
-
-En fin, como diría el poeta cualquier tiempo pasado fue mejor. ¡Que le vamos a hacer! Bueno Carmen te dejo que mañana tengo guardia y mientras consigo dormirme pasa un rato. Te quiero. Hasta mañana.
-
Hasta mañana.
Me metí en la cama, intenté
cerrar los ojos, pero como casi siempre, los recuerdos llenaban mi
cabeza y no era capaz de dormir. ¿Por qué me había tenido que
pasar a mi esto? Si la consulta iba bien por qué dejó de ir la
gente. No lo entiendo. Si hubiera tenido una racha de malos
resultados lo entendería, pero no tenía yo esa idea. Tampoco soy
tan viejo, al revés estoy en la edad perfecta para trabajar, operar
y vivir con mi familia. Tampoco pido tanto, pero aquí estoy como un
gilipollas, viviendo con una serie de gente que hasta hace un mes no
conocía de nada, en una habitación que por toda decoración tiene
una foto de Carmen y las niñas, en una ciudad que será una de las
mejores capitales de Europa, seguro que es verdad, pero para mí es
como una jaula de oro. No se puede pasear, todo el día lloviendo,
del autobús a la Clínica y de la Clínica al autobús y así llevo
un mes. Los de mi piso están empeñados que salga con ellos, pero la
verdad es que no me apetece. Los Domingos Ignacio, su novia y Javier
van a un parque, pasean, escuchan algún grupo musical callejero
hasta algunos días hay magos sueltos por las esquinas, comen en
algún pub, se toman un par de copas y a media tarde ya están en
casa y a mí ese plan no me hace ninguna gracia, estaría muy bien
con Carmen y las niñas pero solo no voy ni harto de vino. Tiene
pelotas lo que me está pasando, es verdad que yo no era un Cirujano
Plástico de los mas conocidos de Madrid, ni mucho menos, entre otras
cosas porque tampoco tenía una infraestructura para serlo, ya se
sabe piso en la Castellana, recepcionistas, enfermeras, un despacho
lleno de títulos etc..etc, no, mi consulta estaba en un edificio de
consultas, con sala de espera común, en un barrio que no era el
barrio de Salamanca ni mucho menos. Mis tarifas para cuando venía
algún enfermo privado, eran bastante adecuadas para el momento de
crisis en el que estaba sumido el país, aunque Carmen siempre me
decía que cobraba muy poco y desgraciadamente mucha gente pensaría
que no era muy bueno cuando cobraba tan poco, pero a mi me parecía
que tampoco me debía pasar. El resto eran pacientes de diferentes
sociedades médicas a los que dedicaba el mismo tiempo que a los
otros y por lo tanto perdía dinero o casi, pero yo lo tenía claro,
en contra de la opinión de Carmen que un día si y otro también me
aconsejaba que dejara las Sociedades y solo viera enfermos privados
porque uno a la semana de estos últimos era mas rentable que los
diez o doce que veía de sociedades que no era especialmente
exigentes pero tampoco lo eran menos que los otros. Menos mal que no
le hice caso porque esos ingresos durante muchos años eran extras,
lo básico y con lo que comíamos toda la familia, era mi sueldo del
hospital de la Seguridad Social un sueldo suficiente, que era hasta
bueno, eso sí, haciendo cuatro o cinco guardias al mes y el resto
nos venía bien, sobre todo para ahorrar algo, salir a cenar muchos
días, tener contratada una asistenta diaria y bastantes cosas mas
que, de golpe y porrazo se vinieron abajo como si por mi vida hubiera
pasado un terremoto y de pronto me hubiera quedado en la calle, casi
con lo puesto. ¿Qué pasaría en el Hospital para que prácticamente
de un día para otro hicieran una regulación de empleo y decidieran
que sobrábamos bastantes Médicos, entre ellos varios Cirujanos
Plásticos? ¿por qué me tuvo que tocar a mí? Era una cosa que
nunca había entendido, posiblemente fuera una decisión de mi Jefe,
aunque él juraba y perjuraba que no tenía nada que ver, pero
supongo que por lo menos oirían su opinión y no entendía nada.
Estoy seguro que yo no era el mejor de todos los componentes de la
plantilla, pero tampoco el peor, había por lo menos dos o tres mucho
peores que yo y encima uno de ellos de esos que se pasan la vida
protestando mientras no movía ni un dedo para que la situación del
Hospital mejorase. No hacía guardias porque decía que por lo que
pagaban él dormía en su casa con su mujer o con la que fuese, pero
eso de regalarle una sola hora a la Seguridad, él no estaba
dispuesto y encima a media mañana un día si y otro también ponía
alguna excusa y se iba a hacer algún recado, eso si, en media hora
estoy aquí y nunca volvía hasta el día siguiente. Pues a ese no le
pilló la regulación de empleo y cuando se enteró que el que se iba
a freir puñetas era yo tuvo la osadía de decirme, así como suena,
que que pena que no le tocara a él porque potenciaría su consulta
privada y ganaría mucho mas dinero. También es verdad que el
momento para decir semejante tontería no era el mas adecuado,
salíamos de una sesión clínica en la que valoramos entre todos las
razones por las cuales había fallecido una paciente después de
hacerlo una reconstrucción mamaria y aunque contra mi no iba la
denuncia de la familia, en el fondo todo el Servicio de Cirugía
Plástica estábamos implicados. Le contesté que si tan bien le
venía podíamos acercarnos los dos a la Dirección y proponer que le
echaran a él en vez de mi, pero no le pareció muy bien. Todavía
ahora y ha pasado un montón de tiempo desde aquel incidente, no
entendía las razones y sigo sin entenderlas de aquella regulación
de empleo cuando todos los años nos felicitaban por nuestro
rendimiento. Me acuerdo como si fuera ahora mismo la cara de Carmen
cuando se lo conté. Se alegraba, como mi colega el del Hospital,
pero su expresión reflejaba todo lo contrario. Sabía que nuestra
manera de vivir tenía que cambiar, adiós a múltiples cosas que no
eran imprescindibles, pero que nosotros hacíamos muy a menudo, una
cena en un restaurante de moda, una copa en alguna discoteca, algún
viajecito de fin de semana, compras que no son necesarias pero que
hacíamos con gusto, mi manía de ir al Corte Inglés por lo menos
una vez a la semana y salir con una bolsa llena de libros, eso lo
puedes seguir haciendo, me contestó Carmen, yo creo que no, pero en
cualquier caso es un capricho que si no hay dinero no me lo doy y no
pasa nasa, bueno como quieras pero no empieces que te conozco,
tenemos unos buenos ahorros, tenemos también mi trabajo que no me
pagan mucho pero algo si que cobro. Es cierto que tendremos que mirar
el dinero, pero tampoco hay que exagerar. Con lo de las sociedades,
mi dinero, tu paro y los ahorros tenemos por lo menos para dos años.
Ya pero el tiempo pasa muy deprisa. No te preocupes, Carmen trataba
de no echar leña al fuego.
¡Y todo eso pasó hace ya dos
meses, aunque empezó hace dos años! Que horror, como pasa el
tiempo.
No tengo sueño como casi
todas las noches, debe ser maravilloso eso de cerrar los ojos y
abrirlos a la mañana siguiente, pero yo por mas que tomo Lexatin,
Orfidal y todo lo que encuentro en la mesilla de noche nunca me quedo
dormido antes de las tres o las cuatro de la madrugada. Cuando estaba
en casa era lo mismo, la diferencia es que tenía a Carmen a mi lado,
casi nada la diferencia. Muchas noches se hacía la dormida, pero
otras cuando veía que yo no hacía mas que dar vueltas y vueltas en
la cama, me daba la mano y solo con ese gesto me encontraba mejor.
Tampoco me dormía pero notaba que ella compartía mis problemas y
con eso ya era suficiente. A las niñas ni palabra, esa la única
condición que siempre nos imponíamos como si fuera una vergüenza
que cobrara del paro. Medio país cobraba lo mismo que yo y al único
que le daba vergüenza era a mi. Bueno, no se si era vergüenza,
posiblemente no, era mas bien un fracaso, no una vergüenza. Toda la
vida preparándome para ejercer como Cirujano Plástico y de momento
ya podía hacerlo solo media jornada. A lo mejor tenía razón mi
colega del Hospital y los privados saldrían hasta por debajo de las
piedras por el mero hecho de tener consulta mañana y tarde. Ojalá,
pero yo lo veía bastante negro. Luego vino lo de mi depre ¿te
acuerdas, Carmen? Aun ahora me parece mentira porque yo era el típico
ejemplo de aquel que nunca tendría problemas de coco y sin embargo
me tocó. Las probabilidades eran las mismas de que me cayera encima
un rayo un día de tormenta. Me podía pasar como a todo el mundo,
pero tenía una personalidad fuerte, eso creía yo, capaz de superar
las dificultades que me podía presentar la vida y a la primera que
las cosas me vinieron un poco mal, reconozco que reaccioné
francamente mal. Me volví apático, no tenía ganas de levantarme,
odiaba la consulta, iba por obligación y encima coincidió con una
menor afluencia de pacientes, ¿por qué? eso me gustaría saberlo a
mi, pero era así. Me pasaba horas y horas en la consulta sin una
sola cita, leía el periódico, pensaba que era una situación
pasajera, las novelas duraban menos en mis manos que un caramelo a la
puerta de un colegio y cada día menos llamadas. Quité tres días a
la semana, seguro que con este horario vería mas gente. Me
equivoqué, yo pensaba que seguía siendo el mismo, pero estaba claro
que los pacientes no lo veían de la misma manera. Después de meses
evitando que coincidieran mis pensamientos con la realidad, no tuve
mas remedio que aceptarla. La consulta no funcionaba, incluso comencé
a tener miedo, si, si, un miedo tremendo al quirófano, un miedo
absurdo pero que me dejaba muy limitado, no veía nada mas que malos
resultados por todos lados e incluso pasaba por mi cabeza la
posibilidad de una complicación muy grave ocurrida después de una
cirugía menor. No tenía ni idea si Carmen se dio cuenta, yo creo
que si pero es tan buena gente que no me dijo nada. Se limitó, menos
mal, a ponerme en contacto con un psiquiatra que conocía ella. Yo en
un psiquiatra pero ¿estos no son los que tratan locos? ¿me estaré
volviendo loco y no me doy cuenta? No hombre no, contestaba Carmen
tratando como siempre de darme ánimos, estás pasando una época
mala y yo creo que te vendría bien una consulta con un especialista
que te escuche, te valore, llegue a un diagnóstico concreto
suponiendo que te pase algo, te ponga un tratamiento y que consiga
que veas la vida como es y no tan negra como la estás viendo tu
ahora. Está bien, bien, bien, no te preocupes, iré a ese psiquiatra
amigo tuyo si es lo que quieres pero yo no tengo nada. Las depres son
otra cosa. Yo lo único que necesite es que la consulta funcione, que
vengan mas pacientes, que tengamos mas dinero y ya verás como mejoro
sin ninguna medicación. Ya – me parece que Carmen estaba de
acuerdo – pero mientras tanto lo mismo necesitas una pequeña ayuda
y si Juan, el psiquiatra, lo considera oportuno que te trate y si tu
problema es otro, no te preocupes que es una persona muy normal y te
dirá que no puede hacer nada. Bueno de acuerdo, búscame una cita y
voy.
¿Qué hora es? Dios mío casi
las cuatro y mañana tengo guardia. Tengo que dormir porque como me
de por recordar aquellos meses de una profunda depresión, según me
diagnosticó el Dr. Rodriguez Aranuera, me voy de la cama a la
Clínica sin haber pegado ojo. Venga, Andrés, no le des mas vueltas,
mirar para atrás vale de poco y menos si es para analizar un período
de tu vida tan difícil como aquel. Me tapé con la manta y después
de un rato que a mí me pareció largo, estaba completamente
dormido, eso si con ayuda de medicamentos, pero dormido que era lo
importante. Al día siguiente tenía que levantarme a las seis y
media y tenía que estar bien despierto porque me gustaría
plantearle en serio al Director la posibilidad de vivir en la
Clínica, Supongo que no habría ningún problema, como me había
dicho muchas veces, pero una cosa es lo que se dice y otra bien
distinta es lo que pueda hacer. Mañana salgo de dudas, en cuanto
llegue se lo planteo al Director. Yo creo que es lo mejor aunque
reconozco que en esta casa estoy bien, la gente que vive aquí se
preocupan bastante y tratan de ayudarme, pero seguro que estaré
mejor en la Clínica, tendré mas tiempo para estudiar y me ahorro
todo el día de aquí para allá. De todas las maneras estoy pensando
que casi me voy a esperar un poco porque no me gustaría equivocarme,
pero bueno, lo mas que puede pasar es que me vuelva atrás y supongo
que al Director le dará igual. En fin, tengo que dormir que mañana
no me levanto ni aunque venga a buscarme una grúa.
Esta mañana me he encontrado
un ABC en el primer asiento del primer piso del autobús que tomo
todos los días para ir a la Clínica. Ultimamente tengo que
reconocer que nunca leo la prensa española, total siempre pone lo
mismo, pero esta vez me llamó la atención el titular remarcado en
letras rojas
“El partido del Gobierno no
escarmienta y hoy vuelve a estar en el banquillo de los acusados por
una nueva trama de corrupción, esta vez en Córdoba”
La verdad es que no se por qué
lo leí, posiblemente era porque estaba medio dormido pero lo leí y
en mala hora porque ya estaba bastante deprimido como para encima
leer lo que tenía entre manos. Mas corrupción. Después de tanto
tiempo me daba igual que fuera un partido de derechas o uno de
izquierdas, total era exactamente igual, pero parecía que todo
continuaba igual. Los políticos seguían a lo suyo mientras que
algunos, como yo, teníamos que dejar todo lo que teníamos e incluso
tenernos que cambiar de país. Eso ya se sabía, solo faltaba que
gracias a mi esfuerzo los políticos se volvieran mas honrados y
sobre todo pensaran un poco mas en las necesidades de los ciudadanos
que en buscarse cargos para ellos y eso que este año habían llegado
nuevos partidos, o por lo menos eso decían ellos, pero en cuanto se
acercaban al poder, ya empezaron a pensar solamente en cargos. De los
programas nadie decía ni una sola palabra, en el fondo casi nadie
los lee y aun los que lo hacen saben que no es para cumplirlos y por
lo tanto en el fondo era igual. Yo llorando todas las noches como un
gilipollas en mi cama y los políticos a lo suyo. ¿Llegará algún
día en que alguien piense en todos los que nos hemos tenido que ir?
Ojalá, pero tiene muy mala pinta porque en España los empresarios
piensan que los obreros deben cobrar poco y si se van que se vayan
que enseguida tienen otro en la puerta, sin darse cuenta que cuanto
mas fieles sean los empleados y estén bien pagados eso siempre
repercute en una mejora en el trabajo, las cosas se harán mejor y
todo repercutirá en beneficio del empresario. Esta teoría no se si
llamará socialismo, comunismo o sabe Dios qué, pero por mas que la
pienso no soy capaz de entenderla. Si a alguien le pagas bien, lo
normal es que haga bien su trabajo y si eso es así, la empresa irá
mejor y por lo tanto al empresario también le irá mejor. ¡Que
fácil ¿verdad?
Bueno, he llegado a mi parada,
me voy a trabajar y por si tengo algún momento libre me llevo el ABC
y malo será que no encuentre un rato para ver las cosas que siguen
pasando en España.
En la carpeta de los apuntes
que me encontré, tenía una especie de apartado en la que describía
como era mi trabajo en la Clínica y tengo que reconocer que estaba
contento. Todavía no había tenido tiempo de hacer algo de mi
Especialidad, pero las patologías que acudían a Urgencias , eran
todas de menor cuantía y si acaso aparecía alguna importante se
mandaba enseguida al Hospital de referencia. Los pacientes eran muy
correctos, educados y con ganas de entablar conversación con el
primero que se pusiera delante. Las patologías, por lo menos hasta
este momento, no habían sido especialmente difíciles y casi todos
los casos los había diagnosticado y tratado con normalidad. Eran
guardias muy cómodas, sobre todo acostumbrado como estaba yo del
Hospital en Madrid donde iban a Urgencias pacientes con gripe e
incluso con patologías todavía mas leves. Aquí los pacientes,
quieran o no, tienen que pasar distintos filtros que les impiden la
llegada a la Urgencia con cualquier patología banal. Tienen que
venir con una nota del Médico de Cabecera en la que en la mayoría
de los casos incluía hasta el diagnóstico, lo que facilita mucho
las cosas. Yo estoy muy contento, la verdad es que si, el personal de
la Clínica es muy agradable y la enfermera que me ha tocado en
suerte en la consulta es muy buena gente y además de buen tipo, que
lo sabía y lo explotaba con cierto disimulo, era muy diligente y
nunca ponía pegas a nada. Habla un inglés muy bonito, de manera
pausada y es una gran ayuda para mis primeros encuentros con los
pacientes. Nos entendemos muy bien y solo con alguna mirada sabemos
lo que tenemos que hacer. Por supuesto que no es igual que con
Carmen, claro que no, pero por lo menos no estoy a disgusto en el
despacho de Urgencias que ya es bastante. Mis colegas se han
acostumbrado a que les haga todas las guardias que quieran, ellos
encantados y yo mas.
Al principio, reconozco que
prácticamente no me movía de la silla en todo el día, sabía que
las enfermeras lo agradecían y a mi me daba igual. Solamente iba a
la sala de curas cuando alguno herida requería de mi presencia, pero
tengo que reconocer que, al menos en esta Clínica, las enfermeras
nos quitaban muchísimo trabajo. Ellas hacían las curas pequeñas y
te avisaban solo para las que fueran claramente complicadas o cuando
venía pacientes del Dr. Taylor, el Cirujano Plástico de la Clínica
porque decía que los Médicos de Guardia estábamos para estas cosas
y para mi mentalidad no le faltaba razón. Eran pacientes que pagaban
religiosamente y lo menos era que los atendiera su cirujano
personalmente y solamente atendían otro tipo de asistencia si era de
urgencia porque todos entendían, bueno casi todos, que el Doctor no
iba a estar las veinticuatro horas de los trescientos sesenta y cinco
días del año de guardia y en casos urgentes si que admitían, los
dos el paciente y el Dr. Taylor, que los atendiera el Médico de
Guardia que al día siguiente, faltaría mas, se los remitieran para
continuación él personalmente con el tratamiento.
Yo todavía no le he conocido
y estoy expectante esperando el momento que suceda. He oído muchos
comentarios sobre su manera de trabajar y me parece que tiene razón,
otra cosa es su manera de ser, pero como no le conozco todavía no
puedo, ni debo, ni quiero opinar. Cuando llegue lo contaré y estoy
seguro que será pronto.
CAPITULO 15.-
Ya estoy escribiendo desde mi
habitación en la Clínica y tengo que reconocer, lo contrario sería
engañar a mis lectores y sobre todo a mi mismo que estoy encantado.
Dejar el piso me costó un poco de trabajo, para que negarlo, y por
supuesto también me costó perder los tres meses que era obligatorio
dejar de fianza, pero creo que acerté plenamente. La habitación del
Médico de Guardia está muy bien, es bastante grande, con una cama
de las de acompañante de la Clínica, una mesa con varios cajones en
los laterales, una lámpara con buena luz y una carpeta llena de
papeles con el membrete de la Clínica, una silla cómoda, una butaca
tapizada de un azul tranquilizador parecía dar entrada a un cuarto
de baño completo, con una buena bañera de hidromasaje. Un armario
empotrado con dos puertas, una para ropa de colgar y otra con
diferentes espacios para ropa interior, camisas, jerseys y dos
cajones grandes que yo los utilizaba para meter toda la ropa de
deporte. En las paredes enteladas con gusto, tres cuadros con motivos
londinenses querían romper con la monotonía de unas telas en
diferentes tonos de blanco, empezando por un blanco como muy
luminoso, pasando por un blanco mate y terminando con un blanco roto
que resultaba agradable. En el techo tres focos daban una luz mas que
suficiente. Enfrente del sillón, una especie de orejero venido a
menos, una televisión de buen tamaño animaba muchas tardes que me
quedaba estudiando, leyendo o simplemente sentado pensando. Lo mejor
con enorme diferencia, la terraza, amplia, con dos sillas y una mesa
de color madera, dando a la parte de atrás de la Clínica donde los
pequeños caminos de una tierra muy poco trabajada se entremezclaban
con árboles centenarios que invitaban a pasear. La pena es que la
habitación estaba en una Clínica cerca de Londres que si llega a
estar en cualquier lugar de la costa mediterránea española sería
un auténtico paraíso.
Parece que la primavera, por
fin, quiere hacer acto de presencia, la temperatura es bastante
buena, tanto que me permite estar sentado en la terraza con una
cerveza, el silencio es incluso hasta inquietante y yo intento
suplirlo con una música suave, esta vez le toca a Adriano Celentano.
Tengo entre las manos una novela de un vendedor de pisos americanos
que trata de convencernos que es la mejor profesión del mundo. Estoy
haciendo un poco de tiempo para hablar con Carmen que, por cierto,
estuvo aquí hace dos fines de semana y todavía recuerdo aquellas
cuarenta y ocho horas con verdadero placer. Como no sabía si la
podía traer a mi habitación o no, alquilé una habitación en el
centro de Londres y ahí disfrutamos de nuestro amor, paseamos por
distintos parques, visitamos algún mercadillo, nos hicimos fotos
cerca del Palacio Real junto a unos guardias que no mueven ni una
pestaña mientras están de guardia en las correspondientes garitas,
paseamos por el Támesis en unos barcos turísticos y hasta tuvimos
tiempo para ir a algún Museo. Un fin de semana intenso, maravilloso
y aunque la despedida fue difícil, la vuelta a la Clínica con las
pilas cargadas fue muy diferente que en otras ocasiones siendo objeto
de cierto sorna por parte de algunas enfermeras que sabían de la
presencia de mi mujer ese fin de semana y hasta algunas me
preguntaron que tal se veía Londres por la noche desde la cama de un
céntrico hotel.
-
Que tal ¿Carmen? – la pantalla del ordenador se iluminó apareciendo a toda pantalla la mujer a la que mas quería del mundo – Ayer no te pude llamar porque estuve liado hasta cerca de las dos de la mañana.
-
Ya lo se – Carmen sonrió – estuve hablando con una Señorita que supongo yo que sería de Recepción y me contó que había entrado un accidente de tráfico y que estabais todos en quirófano.
-
Menos mal que tengo compradas a todas las de Recepción que si no me pillas como a un pardillo – puse los ojos en blanco como si no hubiera roto un plato en mi vida – la verdad es que estuve con una rubia impresionante paseando por Londres hasta altas horas de la madrugada, luego como no podía ser menos, piensa que uno es un caballero español, no me quedó mas remedio que acompañarla a su casa, me invitó a tomar una copa y……
-
¿Y te acordaste de mi cuando estabas con ella en la cama?
-
La verdad es que si me acordé, sobre todo cuando me desperté y vi que estaba en mi habitación de la Clínica. Ni rubia ni nada de nada, pero bueno no pasa nada porque todavía estoy emocionado con el fin de semana que pasamos hace poco ¿te acuerdas?
-
¡Como no me voy a acordar! La pena es que fue un poco corto.
-
Pero intenso – la interrumpí.
-
Si, eso si – algo pasaba, no se que, pero notaba que estaba como diferente - ¿sabes que fue lo peor?
-
Usted dirá, señora.
-
Déjate de tonterías que estoy hablando en serio – se retiró un mechón de pelo que le caía sobre el lado izquierdo – lo peor fue la vuelta. La noche que pasé no se la deseo a nadie, fue como volver a empezar
-
Carmen, por favor.
-
No te pensaba decir nada, pero bueno – su mirada era posiblemente mas triste que nunca – cuando me daba vueltas en la cama y tu no estabas me pareció como si tuviera un vacío no solo en la cama, si no también en mi vida. De verdad que fue una sensación como muy rara. Ya te digo que no te lo pensaba decir, pero casi prefiero que sepas lo que estoy pensando.
-
Y yo te lo agradezco que me lo cuentes porque a mi me pasa exactamente lo mismo con la diferencia que a mi eso me ocurre desde el primer día. Esperemos que poco a poco nos vayamos acostumbrando y cada vez nos cueste un poco menos la separación.
-
Esperemos – a Carmen se el iluminó la cara – y aunque ahorremos un poco menos, esos fines de semana en Londres vienen muy bien para mantener encendida la llama esa que dicen del amor ¿no te parece?
-
Querida Carmen ¿qué te ha pasado en estas dos semanas? Eso de la llama del amor suena como a novela de Corín Tellado.
-
Si, la verdad es que nada mas decirlo me he dado cuenta que suena un poco cursi, pero tú me entiendes lo que quiero decir.
-
Claro que lo entiendo y estoy de acuerdo ¿cómo no? Pero todavía lo veo mas fácil que me busque un piso y te vengas con las niñas, a ellas e incluso a ti te vendría muy bien un mejor nivel de inglés y yo mas contento que unas castañuelas.
-
Andrés, Andrés – Carmen se puso seria a través de la pantalla - sabes que estamos de acuerdo, pero hace poco mas de quince días discutíamos tu y yo sobre cuando sería mejor el momento para irnos nosotras y quedamos en que lo primero era que las niñas terminaran la educación básica y a Patricia le quedan un poco mas de un año.
-
Bueno, hoy he pasado muy buen día y estoy de buen humor, esperamos un año y casi sin darnos cuenta otra vez todos juntos. En Londres, pero todos juntos ¿te parece?
-
Así me gusta que pienses en plan positivo. Ese es mi Andrés y no el de últimamente que andas dándole vueltas a la cabeza con eso de si has hecho bien en irte, que si no estarías mejor aquí buscando trabajo.
-
Si, está claro – Andrés descolgó el teléfono - ¿dígame?
-
Doctor perdone que le moleste – una voz agradable le interrumpió su comunicación con España - pero hace como diez minutos que le ha llamado el Señor Director, me ha dicho que era muy urgente y como no le he visto por aquí prefiero darle el recado.
-
Muchas gracias, Elsa, en seguida le llamo – colgó el teléfono – Carmen, perdona que tenga que cortar, pero el Director me ha llamado urgente y no tengo ni idea que será. Luego, si no es muy tarde, te llamo y si no mañana. Te quiero. Hasta mañana.
-
Adiós.
-
Elsa, por favor, me pones con el Director. Seguro que es algo urgente, pero urgente de verdad, si no el Director no me llama a estas horas ni de broma.
-
Ahora mismo le paso- contestó la Señorita de la Centralita con la máxima celeridad.
No había pasado ni un minuto
cuando el Dr. Starker estaba al teléfono. Nada mas oir el tono de su
voz supe que se trataba de algo importante
-
Doctor Cubiles: buenas noches.
-
Buenas noches, Doctor, dígame
-
Perdone que le moleste, pero entenderá enseguida la razón de mi llamada y sobre todo su gravedad.
-
Dígame
-
Me acaba de llamar hace cinco minutos la Señorita Jane Chesterplace.
-
¿Familia del Sr. Chesterplace?
-
Su hija – el Director hizo una breve pausa – en fin, como usted sabe el Señor Chesterplace además de Secretario del Parlamento de la nación, es nuestro principal accionista, yo diría que prácticamente es el dueño de la Clínica y por ahí es donde nos viene el problema. Jane Chesterplace está a punto de dar a luz y no quiere que su padre se entere.
-
¿Es mayor de edad? – pregunté tratando de romper el hielo
-
Si, tiene dieciocho años recién cumplidos
-
Entonces ¿dónde está el problema? Llamamos al Dr. Widmar y que le atienda el parto.
-
El problema está y espero que Usted se haga cargo en que el Sr. Chesterplace no sabe que su hija está embarazada y Jane se niega a que la vea nadie excepto el Médico de Guardia de la Clínica. No quiere que se entere absolutamente nadie. Es mas, pretende que se la atienda en una habitación de la Clínica y que ahí estén solamente una enfermera y Usted.
-
Pero, perdone Sr. Director – Andrés sabía por donde le venían los tiros – yo no soy ginecólogo, habrá que hacerle una epidural, entienda mi razonamiento, para mi es una responsabilidad, sobre todo teniendo en cuenta que podemos avisar al Dr. Widmar y decirle claramente que la paciente no desea que lo sepa nadie.
-
Dr. Cubiles: perdone mi insistencia. La paciente se niega a ser vista por nadie, excepto por Usted y una enfermera, fijese como será el tema que hasta me ha dicho el nombre de la enfermera: Sandy Styll.
-
Esa enfermera es la Jefa ¿no?
-
Exactamente y ya está haciendo todo lo necesario para que la paciente entre por una puerta lateral, vaya a una habitación del pasillo corto de la tercera planta y allí se haga el parto. Para evitar que el personal sea consciente de lo que ocurre he dado órdenes a la Srta Still para que cierre todo el pasillo y siguiendo sus recomendaciones vamos a poner un cartel que ponga cerrado por reformas y nos evitaremos la presencia de curiosos. Supongo que también habrá otra enfermera, pero eso ya es cosa de Usted y la Srta. Still
-
Pero Dr. Starker – hice una pequeña pausa tratando de mantener la calma - lo que me está pidiendo no es de Médico de Guardia, nuestra misión es……
-
Dejese de historias Dr. Cubiles – por el tono de voz se notaba perfectamente que el Director estaba tratando de mantener la calma, pero ante mi insistencia acabó por estallar – vaya inmediatamente a la planta tercera y atienda a la hija del Sr. Chesterplace. En caso contrario, considérese despedido. Espero sus noticias. Buenas noches.
El click del teléfono me dejó
helado. Pensaba que el Director era un tipo razonable y por todo lo
que me había dicho estaba claro que no lo era. Pero ¿a quien se le
ocurre pedirle a un Médico de Guardia que haga un parto y encima de
la hija del dueño de la Clínica? Y encima me lo pide a mí que sabe
de sobra que soy Cirujano Plástico y que hace quince años que no
veo un parto ni en las películas. Tuve que realizar varias
respiraciones profundas tratando de relajarme, como me había
enseñado Carmen hacía ya bastantes años y convencerme que era
Médico y por lo tanto tenía que saber hacer un parto. Supongo que
será un niño a término porque solo me faltaba que fuera un aborto
y tuviera que hacerle un legrado. Espero que el niño salga solo
porque desde luego lo que no le hago es una cesárea, sea la hija del
dueño o cualquiera que pase por la puerta. Un parto natural, bueno
mas o menos malo será, pero una cesárea no solo no podría porque
la verdad es que no se hacerla y sobre todo, no me había dado cuenta
pero eso si que es una razón de peso, porque ahí si que necesitaría
la presencia de un anestesista y si la paciente no quiere, será
problema de ella, pero lo que es seguro es que no se le puede abrir a
nadie la barriga sin algún tipo de anestesia. En fin, me ajusté la
bata, otra vez volví a mover los hombros hacia delante y hacia
atrás, traté de disminuir la rigidez de la nuca, respiré
profundamente y salí al pasillo. En el ascensor hacia la tercera
planta me encontré con una enfermera de laboratorio, que conocía de
otras guardias
-
¿Qué tal, Dr. Cubiles? – me saludó con una sonrisa que iluminaba toda la cabina
-
Muy bien, por aquí salvando vidas como siempre
-
¿Se encuentra bien?
-
Si
-
No se, está muy pálido
-
La verdad es que llevo una guardia regular
-
Anímese y pásese por el laboratorio que allí siempre tenemos algún reconstituyente.
-
Muchas gracias. Voy a ver a una paciente a la tercera y luego si me da tiempo me paso.
-
Muy bien, allí le esperamos.
Salió del ascensor en la
segunda planta con sus muestras de sangre en una bandeja después de
dedicarme otra de sus sonrisas. No estaba nada mal, pensé para mí,
pero para pensar en enfermeras estoy ahora. Otra vez volvieron a mi
cabeza los pensamientos negativos y no era capaz de ver en los
próximos minutos un parto normal, veía que Jane, la hija del Sr.
Chesterplace, comenzaba dilatando bien, pero no terminaba de asomar
la cabeza del niño y que cuando asomaba no salía ni de broma. Ella
trataba de paliar sus dolores mordiendo una sábana que le había
dejado la enfermera jefe, pero el niño no salía. Inmediatamente mi
cabeza dio un giro de ciento ochenta grados y vi con nitidez un parto
normal, sin excesivos dolores, con un niño que lloraba a las
primeras de cambio y todo era maravilloso hasta el abrazo que nos
dimos la jefa y yo, pero todo esto que transcurrió en el tiempo que
tarda un ascensor de una planta a otra, se esfumó como las nubes los
días de intenso viento porque delante de mi estaba la puerta del
pasillo corto de la planta tercera con un cartel que con un cerrado
por reformas impedía el paso a cualquier persona. Empujé la puerta
y me encontré con ocho puertas, cuatro a cada lado del pasillo
herméticamente cerradas menos una, la última y por la que a través
de una pequeña abertura una débil luz iluminaba la zona final del
pasillo, casi la que estaba pegada a la escalera de incendios. Avancé
hasta allí con mi cabeza a punto de estallar, todavía no tenía del
todo claro si empujar la puerta de la habitación o bajar corriendo
por las escaleras de incendios y desaparecer para siempre. Tenía
auténtico terror y unos millones de células de mi cerebro se
inclinaban porque abandonara a toda prisa el barco y estuviera lejos
cuando se produjera el inevitable naufragio y otros millones me
recordaban que era Médico y que mi obligación era la de atender con
la mayor diligencia posible a una paciente que solicitaba de mis
servicios. Daba igual que fuera la hija del dueño o quien fuera. No
podía abandonarla en esos momentos y eso fue lo que me hizo empujar
la puerta y entrar dejando atrás todos mis pensamientos anteriores.
Había que actuar y eso es lo que tenía que hacer.
La habitación era grande, la
Jefa había dispuesto todo lo necesario para un parto en una pequeña
mesa auxiliar, la paciente estaba ya en la cama con las piernas
colocadas en las respectivas perneras y a la cabecera un joven, que
no tendría mas de veinte años, completamente asustado, rojo como un
tomate, con ganas de colaborar pero no sabía como y a su lado Sally
Styll que, en ese momento, estaba tomando la tensión a una paciente
que, en la cama y con los dolores de parto parecía que no tuviera
mas de catorce años. Rubia, con el pelo muy corto, los ojos azules
llenos de lágrimas y las manos crispadas sobre el pecho. En ese
momento estaba tranquila, la última contracción parecía que se
había perdido en el horizonte y ahora estaba en la fase en la que
era necesario que recuperase lo antes posible para encajar las nuevas
oleadas que a buen seguro no tardarían en llegar. Le di un pequeño
toque en la mejilla mientras trataba de ayudarla con una sonrisa
-
Hola: Soy el Dr. Cubiles – la miré y aprecié auténtico terror en su mirada – voy a atenderte el parto y tienes que estar tranquila. No vamos a llamar a nadie, como es tu deseo y por lo tanto tiene que ser un parto natural, porque no podemos ponerte anestesia, ni siquiera epidural, o sea que tendrás que aguantar un poco – Miré para Sally Styll y me pareció haber encontrado la tabla que todo náufrago busca en la soledad del mar – tanto Sally como yo estamos aquí para ayudarte y ya verás como todo sale bien.
En cuanto a ti – el pobre
chaval estaba mas asustado que la propia paciente – por mi no hay
ningún inconveniente si quieres quedarte al parto, te aviso que no
es un espectáculo agradable, pero tú decides
-
Yo me quedo - contestó con decisión un casi niño que se encontraba a la cabecera de la cama – que para eso soy su hermano mayor
-
Ah, pensé que eras el padre de la criatura.
-
No, no, yo soy su hermano.
-
Bien – traté de animarle mientras me ponía la bata – si no te mareas quédate donde estás y a la menor que veas me avisas o por lo menos te sientas para no caerte, porque ahora mismo toda nuestra atención debe estar centrada en la paciente ¿de acuerdo?
-
Bien, procuraré no estorbar.
-
Así me gusta, de momento ahí estás, dale la mano a tu hermana y procura tranquilizarla lo mas posible y tú Sally ¿cómo estás?
-
Muy bien – me miró como quien mira a un bicho raro, todo un Sr. Médico preguntándole a una enfermera como se encontraba - ¿le parece que le pongamos un calmante?
-
Me parece muy bien porque visto lo visto parece que esto va para largo.
La Srta Sally Styll se dispuso
a introducir un calmante a través de una vía que previamente había
localizado en el dorso de la mano derecha de la paciente. En el mes
que llevaba en la Clínica no había tenido oportunidad de conocerla,
si la había visto pasar alguna vez, siempre acompañada de dos o
tres enfermeras que supongo que serían sus ayudantes, pero no había
cruzado con ella mas de dos palabras. Era una mujer atractiva y eso
que el uniforme y una especie de cofia que sujetaba lo que parecía
un largo pelo negro, no era lo mas adecuado para destacar su belleza.
Sin embargo, a bote pronto tenía algo que la hacía muy atractiva
aunque no era el momento ni el lugar para andar con esas cosas, pero
quizá mi nerviosismo, la necesidad de apoyarme en alguien, el miedo,
la responsabilidad de tener en mis manos la vida de un niño y si me
ponía muy pesimista también la de la madre, o todas las
preocupaciones juntas hicieron que la mirase con admiración. Tenía
unos ojos claros muy bonitos, unas manos finas y bien cuidadas,
estatura media y con pinta de tener buen tipo. Estaba atareada
introduciendo el calmante por la cánula y eso me permitió
observarla durante unos segundos. Se mordía un labio inferior
grueso, perfilado con una barra de labios con muy poco color, una
mínima cantidad de maquillaje le daba a su cara un aspecto sano y
bien cuidada. Hubo un segundo que levantó la mirada y me dedicó una
media sonrisa que no supe definir si era para darme ánimos, que
falta me hacían, para decirme sin palabras que estaba conmigo o
simplemente para agradecerme que apareciera en aquellos momentos que
para ella serían igual de complicados que para mi. La diferencia era
que el responsable era yo, ella colaboraría, me daría ánimos o lo
que se quiera, pero el responsable era yo y ante un Juez no podría
decir que no actué como manda el código ético porque no sabía
resolver esa situación. Me contestaría que para eso están los
ginecólogos y que mi obligación era haberle llamado.
Miré a la paciente que estaba
secándose las lágrimas con un pequeño pañuelo y ella me contestó
con una sonrisa en la que iban incluidos el agradecimiento y el miedo
a lo que se avecinaba. Me quedé de pié al lado de la cama y comencé
un pequeño interrogatorio que apuntaba en una historia clínica que
me había proporcionado la enfermera jefe.
-
O sea que tu eres Jane Chesterplace, bueno, bueno, y tienes ¿cuántos años?
-
Casi diecinueve – contestó con un hilo de voz
-
¿Es tu primer embarazo?
-
Si
-
¿Tienes alguna enfermedad importante?
-
No
-
¿Alergias a algún medicamento?
-
No
-
¿Cuándo fue la última vez que te revisó tu ginecólogo?
-
Solo me vió a los pocos días de quedarme embarazada. Entonces yo estaba en Etiopía y fue el que me confirmó que estaba de tres semanas
-
Y si no es indiscreción ¿qué hacía una chica como tú en un sitio como ese?
-
Soy colaboradora de Unicef y estaba en un hospital ayudando como Auxiliar de Enfermera.
Durante diez minutos, mas o
menos, la paciente se comportó con absoluta normalidad. Contestaba a
mis preguntas con tranquilidad y casi sin pensar las respuestas. Casi
sin esfuerzo me confesó que el padre de la criatura era un Médico
holandés, cooperante como ella que le aseguró que no hacía falta
usar preservativo porque él sabía cuando tenía que salirse, que no
tuviera miedo que lo había hecho muchas veces y nunca había tenido
problemas. Al principio ella se negó, pero ante su insistencia lo
hicieron en diversas ocasiones sin problemas y en una exploración
rutinaria y sin que hubiera notado ningún síntoma, el ginecólogo
del hospital le confirmó que estaba embarazada. Se lo comentó al
que parecía su pareja y éste le contestó que de él no era y a
continuación desapareció como si se lo hubiera tragado la tierra y
desde entonces no había vuelto a tener noticias suyas. Lloró como
una niña, se desesperó, juró vengarse de ese tío que la había
engañado, pero el tiempo hace milagros y al final aceptó continuar
con su embarazo. Eso si con la idea de tenerlo en Etiopía y luego
estar años en ese Hospital para tener tiempo de ir diciéndoselo,
sobre todo a su padre, pero los acontecimientos se precipitaron y una
guerra inoportuna, hizo que evacuaran el Hospital, prácticamente de
la noche a la mañana y cuando se quiso dar cuenta, de eso hacía
menos de una semana, estaba de vuelta en el aeropuerto de Londres.
Menos mal que su hermano la recibió en su casa y entre los dos
idearon una historia de tal manera que Lord Chesterplace creía que
estaba en Senegal, lejos de los territorios en guerra y en otro
hospital de la misma organización humanitaria. Los dos hermanos
sabían que era una situación que no se podía mantener por mucho
tiempo, pero era una cosa temporal y mas adelante ya verían como
hacían para convencer a su padre que había sido abuelo.
Reconoció que estaba
avergonzada de haber actuado de esa manera y era consciente del lío
en que nos había metido a la Srta Styll, a la que conocía de hace
varios años cuando permaneció ingresada en la Clínica con una
fractura de tibia como consecuencia de la caída de un caballo. En
aquella época, la enfermera también conoció a Lord Chesterplace y
quedaron tan agradecidos por lo bien que había tratado a su hija que
la recomendaron para que la nombraran Enfermera Jefe, orden que el
Director cumplió en muy poco tiempo. Jane le contó que antes de
ingresar había hablado en diferentes ocasiones con la Srta. Styll y
fue la que le aconsejó que actuase como lo estaba haciendo. Giré la
cabeza hacia las caderas de la paciente donde la enfermera estaba
disponiendo unos paños limpios y la miré con una cara que no sabría
si era de odio o de algo todavía peor. Esta me la pagas, pensé para
mí, pero tampoco era el momento de ponerse a discutir. ¿A quien se
le ocurre aconsejar a la hija del dueño de la Clínica que la
ayudara a parir un Médico de Guardia que otras enfermeras a lo mejor
no lo sabían pero ella si que sabía que era Cirujano Plástico?
Para ella sería una buena solución pero para mí era una
responsabilidad tremenda y sobre todo ¿yo que sabía de partos? Si
que es cierto que durante la carrera, pero de eso hace ya mas de
quince años, hice una buena semana de partos cuando estudiaba
Obstetricia, pero desde entonces no había vuelto a pisar una sala de
partos y ni falta que hacía porque, en contra de lo que pensaba la
mayoría, a mi un parto me parecía una barbaridad. Claro que las
cosas habían cambiado con las anestesias epidurales, pero no era
este el caso. En fin, voy a dejarlo porque ya estoy aquí y no tengo
mas remedio que parecer que domino la situación, pero tengo que
reconocer que si ahora mismo me hicieran un electrocardiograma
estaría como una moto de carreras en la recta de meta. Parecía que
el corazón se quería salir de mi interior.
Las contracciones habían
desaparecido, los nervios de la paciente parecía que hasta el
momento estaban controlados, todos permanecíamos expectantes
sabiendo que vendrían olas posteriores y estas no se hicieron
esperar. Unas pequeñas gotas de sudor en la frente de Jane nos
anunciaba la proximidad de nuevas contracciones. Sus manos se
crispaban entre los dedos de su hermano, Sally se preparó para
empujar casi subiéndose a la cama y yo permanecía sentado
intentando con un dedo de guante abrir lo mas posible el canal del
parto para ver cuando aparecía la cabeza del bebé que estábamos
esperando. Después de varias contracciones. Hubo un momento que
reconozco que estuve tranquilo, ya estaba allí y lo único que tenía
que hacer era esperar a que la madre naturaleza hiciera su trabajo.
Además, ¿por qué tenía que dudar de mi capacidad? Es verdad que
de parto no sabía mucho, eso no se podía negar, pero seguro que
sabía mucho mas que la mayoría de la gente y ¿por qué tenía que
tener un parto con problemas?¿no parían las indígenas en medio de
la selva y los niños vivían perfectamente?
Procedente de la camilla oí
una voz que animaba a la paciente a empujar para que el parto fuera
un poco mas rápido:
-
Animo – la voz de Sally trataba de ayudar a la paciente – venga respira tranquila que está llegando otra contracción. Cuando notes dolor empuja con todas tus fuerzas, yo te ayudaré empujándote un poco desde aquí arriba y el Dr. en cuanto vea la cabeza ya solo será cuestión de tirar un poco de ella y ya verás como todo sale maravillosamente bien y en cuanto te quieras dar cuenta tienes a tu niño y lo podrás abrazar. Venga empuja que estás empezando con otra contracción
Jane jadeaba como si hubiera
hecho correctamente los ejercicios de preparación al parto, no
gritaba, pero sus fuerzas se iban agotando. Unos segundos después la
cabeza del bebé apareció por el fondo de una vagina que parecía
imposible que pudiera ensancharse tanto como para dejar pasar a
aquella criatura que parecía querer hacerse un sitio en este mundo.
-
Venga Jane, empuja que ya veo la cabeza. Bien, bien, lo estás haciendo muy bien - yo desde mi posición también trataba de darle ánimos para que no decayera en sus esfuerzos y también sabía que, en el fondo, también me estaba dando ánimos a mi mismo porque veía el pelo del bebé, todavía un poco lejos de llegar al final de su recorrido por el canal del parto, pero algo es algo – yo creo que en dos contracciones está fuera Jane, venga empuja.
Las dos contracciones
siguientes no modificaron ni un centímetro la posición del bebé y
los malos pensamientos volvieron a pasear por mi imaginación ¿mira
que si no sale? ¿qué hago? en cuanto que se mueva lo mas mínimo le
hago una episiotomía y espacio para salir seguro que va a tener pero
¿podré tirar de la cabeza? ¿y si no sale? Tendría que hacerle una
cesárea, pero para eso si que no estoy preparado. Bueno, lo mas que
podría pasar es que tuviera que llamar al ginecólogo para que se la
hiciera él pero ¿llegaría a tiempo?
-
Andrés, por Dios – la voz de la Srta. Styll se impuso sobre todos los malos augurios – hazle ya la episiotomía y en la próxima contracción mete la mano y saca al niño, por lo que mas quieras.
Distribuí la anestesia local
pinchando en diferentes puntos, sobre todo en donde tenía pensado
hacer la episiotomía, metí el dedo índice y practique una incisión
amplia con un bisturí. Parecía como si esa pequeña maniobra
hubiera desencadenado una tormenta en todo el canal del parto y la
cabeza del bebé ya estaba mucho mas accesible. La sujeté con las
dos manos y haciendo una pequeña rotación conseguí primero que
sacara un brazo, el derecho, luego el izquierdo y a continuación el
tronco y las piernas. La enfermera suspiró aliviada cuando, mientras
envolvía al bebé en una sábana, el bebé lloró con fuerza. Hice
un nudo al cordón umbilical y a continuación lo corté mientras la
Srta. Styll depositaba al bebé con mucho cariño en los brazos de
la madre que lo abrazó con lágrimas en los ojos. Luego nos miró y
nos agradeció sin palabras todo lo que habíamos hecho por ella.
-
Disfruta unos segundos de tu niña mientras el Dr. saca la placenta. No te preocupes que es un minuto y no vas a notar nada - Inmediatamente Sally se acercó a mi, me apretó con fuerza un brazo y por sus ojos también querían hacer acto de presencia unas lágrimas que ella se encargó de contener - ¿sale la placenta Dr. Cubiles?
-
Espero que si – con movimientos suaves tiré del cordón y en unos segundos que a mi se me hicieron eternos, solo faltaba que ahora no saliera la placenta pero ¿porqué no va a salir si todo el parto ha salido perfecto? Y como si aquello fuera como una orden, la placenta apareció entera, con su capa externa limpia sin roturas aparentes. La deposité en una pequeña batea, la examiné detenidamente y por fin me quité los guantes y la bata, me lavé las manos y me acerqué a la paciente que estaba disfrutando del calor de su hija.
-
Enhorabuena Jane – en mi cara seguro que se tenían que ver los esfuerzos realizados – es una niña preciosa y parece que está sana.
-
Muchas gracias Doctor, de verdad que no sabe cuanto se lo agradezco – la paciente me apretaba la mano con un gesto de absoluto agradecimiento – sobre todo que no se lo haya dicho a nadie y sobre todo a mi padre.
-
No hay problema, todo ha salido bien.
-
Y si los hubiera habido ¿Qué habría hecho?
-
La verdad es que no lo he pensado, pero casi seguro que por el bien tuyo y el de tu niña habría llamado a un ginecólogo que se hiciera cargo del parto porque yo se hasta donde se, pero no mas.
-
¿Sabe una cosa? – la paciente me volvió a mirar con admiración – estaba segura que todo iría bien. No se porqué pero lo sabía.
-
Pues ya me lo podías haber dicho y me hubieras ahorrado el mal trago que he pasado.
-
Venga, Doctor, no exagere
-
No, no, no exagero absolutamente nada porque tú sabes igual que yo que un parto casi siempre es una fiesta menos cuando hay problemas y si los hay siempre son problemas importantes que es necesario resolverlos con prontitud y sobre todo con experiencia y ese no es mi caso.
-
Ya, ya se que Usted es Cirujano Plástico pero bueno algo de partos estudiaría en la Facultad ¿no?
-
Si, algo si, pero poco y sobre todo no había vuelto a ver ninguno desde entonces.
-
Bueno, Doctor, ya ha pasado todo y ahora creo que se merece un buen descanso. ¿Le parece que tomemos un café? – Sally, la Enfermera Jefe se había quitado el gorro y la mascarilla y era todavía mas atractiva. No era especialmente guapa, pero había algo, no se que, que merecía la pena ser descubierto. La miré casi con tanto agradecimiento como me miraba la enferma a mi.
-
Nos lo hemos merecido ¿no le parece?
Pasamos a la habitación
contigua no sin antes avisar a la paciente y a su hermano que si
necesitaban algo solo tenían que llamarnos a través del timbre que
permanecía a un lado de la cama.
-
Esteremos en la habitación de al lado y aunque estaremos entrando cada poco tiempo ante cualquier problema tocáis el timbre ¿de acuerdo? – Sally ajustó la sábana que cubría a la recién nacida – en una hora la pones sobre tu pecho para que se vaya acostumbrando y pasados unos minutos intenta darla de mamar. Si no succiona no te preocupes que es normal.
-
Muchas gracias – contestaron casi al unísono los dos hermanos.